¿Por qué te la has llevado? ¿No ves que era una niña frágil? Que ni se intuía la figura de su cuerpo delgado debajo de la sábana. Pesaba poquito, era como intentar atrapar agua con las manos. Fina como un junco.

Se ha ido. Y no nos la vas a devolver.

Te preparas para la primera muerte de tu familia cuando no la has vivido. Y siempre rezas por tus abuelos, los más vulnerables. 28 años no es una edad para estar rodeada de madera. Deberías estar disfrutando, corriendo, disfrutando de la juventud que no tenían que quitarte.

No tenías que ser la primera, Cristina. Tú no. Tú tenías que vivir y demostrarnos a todos que se puede vivir y superar a la enfermedad. ¿Qué nos queda ahora que te has ido?

Porque sí, vamos a seguir viviendo. Pero jamás será lo mismo.

Te quiero, canija. Y te voy a recordar siempre.

Siempre sonriendo y con una respuesta amable, no como te vi ayer bajo esa sábana.

Nunca te pido cosas porque me parece muy hipócrita, ¿sabes? A ti, Padre nuestro que estás en los cielos, ¿cómo voy a pedirte algo si solo te nombro para soltar improperios hacia tu divina persona? Y después, no creo que seas tú el que hace que nos pasen cosas malas o cosas buenas. No creo en tus milagros ni en encontrarme contigo cuando muera. Pero oye, cosas más raras se han visto y no te niego para el que quiera creerte. Y, eh, te lo digo sin querer sonar prepotente, pero mi fe está muy tranquila.

Pero no vengo a hablarte de fe, porque sí, he venido para hablarte y rogarte. (Perdona los medios 2.0, pero rezar nunca fue mi fuerte… y supongo que en tu omnipotencia podrás leer esto.)

No te la lleves. Es lo más sincero que jamás podré pedirte. No nos la quites. Si esto es algún tipo de prueba, estás siendo muy cabrón. No nos hagas pasar por esto, ¿para qué quieres a una chiquilla que apenas llega a la treintena? Lo que tienes que hacer es ayudarla porque está luchando, sé que no descansará hasta verse fuera de ese hospital de vuelta con sus irresponsabilidades propias de la edad. Y créeme, nosotros la apoyaremos en todo momento. Así que, por favor, déjala vivir.

¿Por qué te pido esto? Porque nunca se me ha muerto nadie. Nunca. No quiero que ella sea la primera. No creo que sea justo que solo haya vivido 5 primaveras más que yo y me niego a aceptar que no le queda ninguna más por delante.

Claro que eso es un ruego vacío. No la vas a salvar tú, la van a salvar los médicos. Pero déjame que me apoye en ti y pueda murmurar un «gracias» en cuanto abra los ojos y nos mire a todos, sonriendo para recibirla.

Amén.

Mi cumpleaños ahora mismo está como el invierno para los Stark, is coming. Y además, de forma implacable. Estamos a día 12 de octubre, quedan menos de 48 horas para que abandone los dos patitos de forma permanente. ¿Y qué es lo que siento? Pues, en general, una fatiga muy grande. ¿Por qué?

Podríamos hablar del sentimiento de que la vida se escapa, que se escurre entre los dedos. Que nuestros mejores años están quedando atrás y todo lo que nos espera es la más absoluta incertidumbre. Que la juventud se acaba y que estamos un paso más cerca de las responsabilidades, los bebés, el trabajo a largo plazo; que se acabaron las borracheras, cerrar bares y fumar canutos en la calle… Todos ellos podrían ser buenos motivos, pensaréis. Pero no, no es así. No tengo fatiga por ninguna de esas cosas.

Tengo fatiga por culpa de la puta canción del Cumpleaños feliz. Odio esa canción con toda mi alma. Tanto es así que se me están poniendo los pelos de punta al recordarla.

«Pero mujer, ¡es una canción! No es para tanto.» ¿Que no es para tanto?

Para aquellos que han estado viviendo en una cueva durante eones, existe en algunos países la tradición de sacar una tarta con velitas según la edad del pobre desdichado cumpleañero y cantarle una canción de festejo. Esto puede molar si vives en una comedia romántica inglesa porque probablemente haya una viejecita entrañable tocando el piano, estén tus seres queridos a tu alrededor cantando armoniosamente y una niña (una niña que sólo ves en Navidad o similares) entone un precioso solo en el último happy birthday to you, así como si fuese Marilyn Monroe cantándole al presidente.

Pero no vivimos en tal panorama, ni mucho menos. Soy andaluza y realmente el problema no es ese. El problema es que aquí la gracia no es hacer que el cumpleañero se sienta especial, es hacer que se sienta avergonzado. ¿Cómo se hace esto? Muy sencillo:

  1. Reunir a todos los amigos del chico del cumpleaños. Unas 15 o 20 personas estaría fetén.
  2. Quedar en un sitio y, obviamente, hacer que parezca una coincidencia para el afortunado cumpleañero.
  3. Esperar a que llegue.
  4. ¡Cantar!

Hay que tener en cuenta que el sitio ha de ser lo más público y concurrido que se pueda. La plaza del pueblo, un bar lleno de gente, un centro comercial, el desfile de las Fuerzas Armadas… ¡todo es poco!

«Pero es una canción, joder. ¿Por qué esta aversión?»

Pues porque es una canción lenta, repetitiva y nadie sabe cantarla. Nadie. La cosa empieza así:

Cuuuumpleaaaaños feeeeliiiiz…

En este momento pegas un salto de la hostia, con cara de conejo asustado porque normalmente tus amigos empezarán a cantar profiriendo un alarido al unísono que te ves venir pero que no te esperas. Pasado el primer susto, cuando van por el «feliz» ya te relajas y sonríes ampliamente, mostrando dientes…

cuuuumpleaaaños feeeeeliiiiz…

… y en estos momentos notas que tu sonrisa está durando demasiado. Todos los ojos están clavados en ti, mientras las bocas autómatas siguen moviéndose al unísono. Es el momento en el que tragas saliva y repasas mentalmente la canción. En realidad sabes que no es tan larga pero, ¿por qué cantan tan lento? Sustituyes la sonrisa dentada por una mueca de labios apretados mientras buscas con la mirada a alguien que esté notando tu angustia interna. También te das cuenta de que hay gente extraña mirando… y que algunos graciosos desconocidos se han unido.

Te deseeeeaaaamoooos tooodoooos…

Aquí hay un momento de confusión en todos los cumpleaños desde que el mundo es mundo. Un conflicto que es antiguo como la vida y que aún mantiene enfrentados a dos bandos bien diferenciados: los que dicen «te deseamos todos» y los que cantan «te deseamos -nombre de la persona que cumple años-«. Normalmente nadie se pone de acuerdo antes de ponerse a cantar, así que esa parte de la canción será sustituida por un lamento errático descendente, como un gemido de un zombie, pero sin perder el ritmo (demasiado). Claro que llegados a este punto tú estarás bailando sevillana con los brazos, porque te darás cuenta de que llevas todo el rato con los brazos cruzados y recordarás de repente que esa es una posición de defensa ante amenazas externas (malditas clases de psicología) y no quieres que piensen que no estás disfrutando de la sorpresa. Entonces lo de las manos en los bolsillos te parecerá una posición demasiado despreocupada, relajar los brazos te hará sentir torpe y te engrasarás el pelo de tanto tocarlo para nada.

cuuuumpleaaaaños feeeeliiiiiiz.

¡Por fin se acaba! Suspiras aliviado y por fin miras a la gente, porque desde la segunda frase tu mirada ha estado vagando por detrás de la masa cantarina.

*Atronador aplauso y ovación*

Ahora llega el momento de musitar un gracias, cambiando la sonrisa tensa por una cara de total alivio. Es el momento en el que necesitas una cerveza para pasar el sofoco.

¿Podemos ahorrarnos esto este año, por favor?

King Cross, 1 de Septiembre. El Expreso de Hogwarts está a punto de partir y una niña pelirroja acompaña a sus hermanos junto con su madre a la estación. Los despide y llora. Y entonces ahí es donde te vi, mirando el tren alejarse. Te giraste lentamente y lo tuve muy claro. Ginny Weasley fuiste tú.

Ginny es un bebé. Es la pequeñita de su familia. Y ella lo odia, por supuesto. «¡Mamá, ya no soy una cría!», aunque lo piensa más que lo dice. Frunce el ceño y ladea la boca, haciendo un mohín de disgusto de lo más tierno. A pesar de que se autoconvenza de que no es un bebé, le gusta que la abracen y que la mimen.

Es enigmática. Es cercana y distante. Es feliz y triste. Es misteriosa y es ambigua. Es dulce y ácida. Pero bella por dentro y por fuera. Risueña.

Y durante unos años de su vida, acompañó a su hermano a su King Cross particular y se despidió de él entre lágrimas. Su hermano iba a hacerse mayor mientras ella se sentía pequeñita en casa y acompañaba a sus padres. Ella deseaba que llegase ese momento, lo deseaba con todas sus fuerzas. Hasta que, ¡sorpresa!, el gran momento ha llegado. Tu carta de Hogwarts está en tus manos y abres el sobre con emoción. Retírate los cabellos rojizos del rostro y sonríe orgullosa. ¡Eres mayor! Aunque siempre serás la pequeñaja. La pequeñita. La bebé. Mi pequeña Ginny.

Solo que en este caso no te llamas Ginny. Te llamas Ángeles y estoy muy orgullosa de ti.

¡Suerte en esta nueva etapa de tu vida!

La vida sevillana se acaba. He pasado mi último día con Gema y hemos hablado de muchas cosas, muchísimas. Y me ha dado mucha pena no haber podido compartir más momentos aquí con ella. Se fue a Italia al poco tiempo de empezar el Máster y volvió cuando todo estaba ya casi acabado, así que no he tenido oportunidad de conocerla mejor. Eso es lo que me pesa hoy.

En Sevilla he sido feliz. Feliz de una forma distinta a la que he sido en Málaga (ni mejor, ni peor. Simplemente distinta). Soy una persona extremadamente dependiente. Necesito hacer las cosas con alguien. Necesito a mi novio, a mis amigos, a mis padres… siempre ha sido así  y no he tenido la necesidad de cambiar porque todos estábamos en la misma ciudad. Al irme me desprendí de todo eso. Seguí acompañada por mi compañero de piso que es también mi mejor amigo (y una de las mejores cosas que me llevé de la carrera) y poco a poco comencé a caminar sola. Y me llevó poco tiempo descubrir que ese sentimiento de dependencia me lo impongo yo porque yendo sola de aquí para allá he sido la persona más feliz del mundo.

He aprendido a caminar sola, a no tenerle miedo a los cambios y a disfrutarlos porque son necesarios. E inevitables, siempre llegan. Y porque siempre llegan, ahora toca cambiar de ciudad y empezar otra etapa.

Ha sido uno de los mejores años de mi vida.

Y el año que, sin duda, más he caminado. Tanto literal como figuradamente.

Hablemos de ruina y espina,
hablemos de polvo y herida,
de mi miedo a las alturas,
de lo que quieras, pero hablemos,
de todo, menos del tiempo que se escurre entre los dedos.

Hablemos para no oírnos,
bebamos para no vernos,
y hablando pasan los días que nos quedan
para irnos, yo al bucle de tu olvido,
tú al redil de mis instintos.

Maldita dulzura la tuya,

Me hablas de ruina y espina,
me clavas el polvo en la herida.
Me culpas de las alturas que ves desde tus zapatos.
No quieres hablar del tiempo,
aunque esté de nuestro lado.

Y hablas para no oírme
y bebes para no verme
y yo callo y río y bebo
no doy tregua ni consuelo
y no es por maldad, lo juro,
es que me divierte el juego.

Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la nuestra.

Ayer me hicieron una pregunta, una pregunta muy simple pero que fue capaz de perturbar la paz de mi zumo de zanahoria. Y esta pregunta fue la siguiente:

«¿Qué piensas de la carrera de magisterio?»

Parece una pregunta inocente, pero realmente la pregunta venía a significar:

«¿A que tu también piensas que magisterio es una carrera de mierda?»

Entonces me molesté mucho, tanto que no pude dar una respuesta que me convenciese realmente sin quedar como una loca o una histérica. Así que voy a intentar explicarme aquí lo mejor que pueda:

Para empezar, para mí todas las carreras merecen la misma importancia. Reconozco que hay carreras y carreras, que cada carrera es un mundo y que quizá no todas entrañen la misma dificultad. Aunque esto también es subjetivo ya que soy una negada para los números y si decido entrar en Ingeniería suspenderé estrepitosamente y no con un 4 precisamente. Pero lo mismo que si alguien de ciencias decide hacer Filología clásica porque no le ha dado la nota para nada más. Por ello pienso que no hay que desprestigiar ninguna carrera ni considerar que «las de letras son para gente estúpida y su estupidez se confirma cuando suspende alguna asignatura» y «las de ciencias son para mentes pensantes ultra privilegiadas y, pobrecitos, normal que suspendan».

Para continuar tengo que remontarme tiempo atrás, a mi época de instituto y mencionar el maravilloso sistema educativo que tenemos, lleno de cambios estúpidos que no sirven para nada. En tercero de la ESO estaba en una clase normal, con niños ni muy listos ni muy tontos aunque sí estaba el típico chaval que no quería estudiar y lo que quería era que llegasen sus 16 años para irse a hacer la Formación Profesional y dejar de levantarse a las 8:00 de la mañana 5/7 días a la semana para estar calentando una silla de una clase que le interesaba lo mismo que ver sus uñas crecer. La gran mayoría de los profesores (e incluso padres) demonizaban a este tipo de niños y los usaban como ejemplo, un mal ejemplo. Te educaban para mirar con desconfianza ese niño y pensar que si eras como él ibas a ser un fracasado toda tu vida. Y ahí está el primer problema: considerar que la FP es para gente inútil, sin futuro, que no tiene aspiraciones en su vida. Pero ah, esos puestos de trabajo que hay que cubrir… ¿qué pasa con ellos? Mejor que lo hagan los universitarios, que total, han estado años de su vida estudiando para cubrir una parte del mercado que, por nivel de estudios, NO LES CORRESPONDE.

Ahí está la primera parte de mi enfado.

La segunda parte llega a la hora de elegir los itinerarios de bachillerato. Yo tenía muy claro que quería hacer humanidades desde que no levantaba un metro del suelo y cuando tuve la oportunidad me abracé a latín y a griego como si no hubiese un mañana. Y conmigo se abrazó más gente que sentía la misma vocación que yo… y más gente que decidió que el camino de la ciencia era muy difícil y que mejor probar con humanidades, «el itinerario más fácil». Y ahí volvemos a entrar en la ira absoluta. Porque la gente piensa «letras» y automáticamente dice «es que escribir y leer sabe todo el mundo». Pues no, es mucho más que eso. Hay que comprender y hay que dedicarle horas de esfuerzo porque en la vida no te regalan nada, seas de ciencias o seas de letras.

Y ya por último, algo que creo que está muy ligado a lo que acabo de decir. Aunque como está muy feo generalizar, me referiré a un caso muy hipotético: Acabas bachillerato y te han enseñado a odiar la FP… ¿qué es lo que te queda? La universidad. Pero no tienes vocación ninguna porque te han obligado a ir a remolque año tras año porque era tu obligación a pesar de haber cumplido la edad mínima para dejarlo y dedicarte a algo que te gustase más. Así que decides abrir el catálogo de carreras universitarias y directamente no miras los nombres, miras las notas de corte y, ¡tachán! magisterio se abre ante ti como la Tierra Prometida. Y allá que vas feliz de la vida porque vas a ser universitario.

Y digo magisterio como digo otras tantas carreras «de las fáciles» (muy entre comillas). Y estas carreras reciben año tras año gente sin vocación que sólo quiere un título para colgar de su pared y muchos recuerdos de una etapa que le vendieron como la única digna de ser vivida.

Por ello, a pesar de que el sistema educativo sea cuestionable (que, ojo, cambiaría tantas cosas de mi carrera que no sé por dónde empezar) no hay que olvidar que encontramos aulas llenas de gente que preferían cuatro años de «bueno, total, para estar en casa…» que contemplar otras opciones más válidas.

Pero claro, la culpa solo la tiene un parte. Como siempre.

Hoy voy a ser breve:

Te echo de menos y quiero que vengas a abrazarme.

Yo siempre he sido una persona «de buen comé». Nunca he sido la típica remilgada que ha hecho «PUAJ» ante las cosas nuevas. Al contrario, siempre he comido de todo ya que mis padres me han educado así y en el sabio «y si no te gusta, te aguantas y te lo comes.» El problema de todo esto es que el aumento del contorno de mi cuerpo es directame proporcional a la cantidad de comida que ingiero. Exacto, no soy una de esas esbeltas chicas que ves por la calle y dices «Por los brazos de Shiva, seguro que come como un pajarito» y luego esa chica se come hamburguesas más grandes que su cabeza y ahí sigue, en su hermosa delgadez. No, señores, yo no soy así. Yo como cual gorda y engordo como todo buen hijo de vecino.

Las dudas en cuanto a lo del Máster me dejaban en una posición muy delicada en mi vida malagueña. Me apunté al gimnasio, empecé a comer menos (o no, depende de la intensidad del gimnasio y el grado de culpa) y me propuse empezar (otra vez) a ir al dietista, que yo soy una persona que necesita ser controlada por una señora con báscula y cinta métrica. Es decir, una persona con fuerza de voluntad nula. Yo tenía mis planes para ser una sílfide y pensaba que iba a llegar a la cena de Navidad con un tipazo envidiable, con unos glúteos prietos, unos muslos para partir nueces… pero entonces me admitieron en el Máster. Adiós, culo soñado.

– ¡No pasa nada! – me dije – como seré pobre no comeré TANTO. Y como me pasaré la vida en la facultad y no querré cocinar nada gordo/difícil, todo será bello.

Y llego a la facultad… y lo primero que me encuentro allí es una mesa enooooorme de chucherías donde la gente vende chuches y chocolate para pagarse el viaje de fin de carrera… y las chuches son ultra baratas… y los Kinder Buen* (marcaregistrada) cuestan 0,85€.

He intentado huir de esa mesa. Mucho. Empecé a llevarme la comida de casa pero como soy un desastre no lo hago todos los días porque mi cabeza no da para más. Y me encuentro con que un sandwich mixto cuesta 2€ y una caña de chocolate recién sacada del horno 1€… Es decir, que me sale más rentable caña + Kinder Buen*.

Sevilla, ¿qué te he hecho yo? ¿Por qué quieres que sea una gorda toda mi vida?

Quiero dejar claro que por ahí abajo voy a soltar spoilers si llega el momento. Si queréis descubrirlo todo vosotros solitos, ignorad esta entrada y todo lo que ello conlleva. Gracias.

Ya he terminado Assassin’s Creed IV y he tardado dos días en procesar todo lo que he visto y en poder decidir si me ha gustado o no me ha gustado.

En este juego se narran las aventuras de Edward Kenway, un hombre de origen humilde que llega a ser el pirata más temido de los mares del sur. El desarrollo del juego sigue siendo muy parecido a los anteriores: empiezas algo desprovisto de armas y poco a poco vas mejorando tu equipo y el personaje madura. Sin embargo (repito: a partir de aqui probablemente suelte spoilers porque sí. Así que si quieres descubrirlo todo por ti mismo, ignorame mucho) se diferencia de los personajes anteriores principalmente porque no perteneces a ningún bando hasta que el juego está terminando prácticamente. Exploras el lado de los templarios y el de los asesinos pero… a Edward le sudan los huevecillos todo. Él tiene muy claro su objetivo desde el principio: quiero vivir sin ser siervo de nadie. Quiero riqueza y darme la vida padre, a poder ser con mi mujer aunque me haya abandonado y me guarde un poco de rencor porque me he ido en barca en lugar de quedarme con ella.

Y para conseguir este objetivo le da igual a quien tenga que usar y a cuántos tenga que herir por el camino. De hecho, Edward comienza siendo lo más egoista del mundo. Poco a poco, MUY poco a poco el personaje va evolucionando hasta que llega a entender  y a ver todo lo que ha dañado en su camino. Y entonces comienza su búsqueda de redención y comienza a simpatizar con los asesinos.

Los personajes secundarios me han parecido de lo más interesante. Tanto que acabas enfadado de que no profundicen más en ellos. Es un sentimiento muy extraño, como si fuesen una puerta entornada. El problema es que al final la puerta se cierra de golpe y te quedas con una cara de pena inmensa. Sin embargo, creo que esto se justifica en la evolución de Edward. Todos los personajes que le rodean (especialmente sus amigos) están ligados plenamente a su evolución. No es hasta la muerte del último de ellos hasta que Edward no se da cuenta, por fin, de que se ha quedado solo y todo lo que ha pasado ha sido a razón de su egoismo. He aquí, como ya he dicho arriba, la búsqueda de redención.

A destacar las partes que jugamos fuera del Animus. Todo jugado en primera persona, desempeñamos el papel de un trabajador de Abstergo que no está al tanto de que sus jefes son un poquito templarios. Con la ayuda del informático de la empresa, hackeamos los distintos ordenadores para extraer información que le damos a unos infiltrados Rebecca y Shaun. Ni que decir que Ubisoft ha decidido ser más guay que nadie y revelar (de forma encubierta, claro está) sus próximos planes. De esta forma encontramos información relevante sobre su próximo lanzamiento, Watch Dogs. Incluso dejan caer las posibles localizaciones del próximo Assassin’s Creed.

Para resumir: es un juego muy bueno a pesar de que no tenga la madurez que sí podemos encontrar en otros títulos de la saga. Las innovaciones en cuanto al entorno (en especial todo lo que conlleva moverte en el barco) lo hacen muy atractivo. Además, el mapa es ENORME, lo que asegura muchísimas horas para hacerlo todo al 100%. En cuanto al final, no es un juego que termine con la sensación que me dejaron los anteriores. No te deja con el pensamiento de «joder, necesito el siguiente YA. Menudo cliffhanger más cabrón». De hecho, la sensación que me dejó al final fue muy nostálgica. Desmond ya no está, parece que todo ya ha quedado cerrado. ¿Qué nos depararán el futuro?